Que poca repercusión ha tenido la muerte de José María Álvarez poeta
cartagenero cosmopolita, culto, hedonista, vitalista pero incómodo para los
creadores de tendencia poética, ese universo de literatos siempre bien pagados por el “establishment”
político-cultural.
Su obra magna: “Museo de Cera” ha extendido su significado y magisterio poético a lo largo de casi 50 años en todo el mundo pues ha sido traducido a múltiples idiomas (inglés, alemán, búlgaro, portugués, francés, serbio, polaco,...). A pesar de ello, su relevancia, como es habitual en esta país cainita que es España, ha pasado sin pena ni gloria, dado que la persona y el personaje que interpretaba no era definitorio de la corrección social y/o política al uso, ni del agrado del progresismo intelectual o del cultismo prepotente de los gurús de la crítica literaria.
J.Mª. Álvarez era un escritor en disonancia con la realidad que le tocó vivir, su mundo era entre decadente y vitalista, sin tapujos al hablar y opinar, lo cual suele crear enemistades intelectuales y una acelerada marginalidad socio-cultural. Pues en él se observa un deseo de escritura, un deseo y hondura por expresar poéticamente un universo cultural y estético desaparecido, una forma de estar en el mundo incompresible y desafiante para los observadores-opinadores del quehacer intelectual de nuestra triste y desafortunada España.
Su obra literaria es compleja y de difícil definición. Su "Museo de Cera" desde el primer volumen y sus posteriores ediciones ampliadas, recoge el sentir y pulso intelectual de la Europa cosmopolita del siglo XX, sus constantes citas literarias compartidas en el libro, su visión vital y refinada del ser y estar en el mundo, a veces abiertamente desconectada del pensar ético del momento, generan un universo poético diferente, único, exclusivo, pero que llega a la mente y el corazón del lector, si uno se deja llevar por su alegría y sentido del vivir, sin contemplar, ni aceptar necesariamente al individuo que la ha creado. Creo que podemos y debemos entender que se puede vibrar con la obra creativa de un autor, aunque a veces, está esté en disonancia con las expectativas biográficas deseadas y vivencias del personaje que las sustenta.
J.Mª. Álvarez no se plegaba a los modelos políticos aceptados y compartidos en nuestra sociedad, su individualismo liberal, su negación al sentir patrio por la democracia poco fiable que nos ha tocado vivir, su repulsa por los nacionalismos emergentes, su fobia visceral por el feminismo militante, su negativa aceptar la evidencia de la comunicación digital como una nueva forma de cultura en la sociedad líquida que nos rodea y representa, su claro decadentismo, resultaban incomodos para los personajes que cultivan la crítica literaria como mecanismo de actividad intelectual que justifique su incapacidad creadora, y que les es tan necesaria para alimentar sus egos.
Defiendo al J.Mª. Álvarez escritor: poeta y prosista, más allá de su
trayectoria vital e intelectual que no comparto, ni me concierne. Pero si reconozco, que su
obra poética ha influido en mi forma de entender el acto creativo de
la escritura y ha influido en mi forma de entender la vida, como un ejercicio de
resistencia gozosa frente a la mediocridad existencial y un intento de dotar de belleza a la
muerte.
“Ni aquellos para quienes un día
Seas
incomprensible
Se
atreverán a olvidarte”
(JRCI)