En el mundo occidental y en los países económicamente desarrollados se genera un
estilo de vida y una sociedad que Bauman denomina “líquida” donde los objetivos a
corto plazo de carácter resultadistas, se suceden de forma continua al son de la
renovación y los cambios, y en donde todo tiene fecha de caducidad y todo es un
nuevo comienzo.
Lo importante es vivir el presente en una sucesión constante de indoloros finales, en la
que el mayor desafío es la capacidad de adaptación “a una cultura donde los cambios
políticos, sociales, económicos…..se producen a una velocidad vertiginosa” (Esther
Busquets).
Esa “incertidumbre constante”, obliga a un esfuerzo de adaptación intenso, a un
individualismo de supervivencia, ya que todo tiende a envejecer rápidamente en la
sociedad de la información, de la tecnología y del conocimiento, de tal manera que si
uno no se renueva constantemente, de forma acelerada queda desvalorizado u
obsoleto, no apto para ser competitivo.
Esta fluidez vital, a veces con un claro sentido de banalidad intelectual por su
inmediatez, nos hace insensibles a los grandes retos de la sociedad globalizada. No hay
tiempo para plantearse nuestro legado como especie a las futuras generaciones. Así la
amenaza del cambio climático, el agotamiento de recursos naturales, las inquietantes
cifras demográficas, la contaminación, el agotamiento de recursos, o las diferencias
cada vez más profundas entre el mundo desarrollado y el mal llamado tercer mundo,
no son materia de especulación, de reflexión y/o de análisis en nuestras sociedades
abocadas a la banalización consumista, o a una cultura de masas sujeta a criterios de
mercado.
Para entender ese sentido de banalidad intelectual, solo hay que hacer un repaso al
perfil que desarrollan nuestros actuales “héroes sociales”. Los líderes con influencia
son figuras del espectáculo, estrellas deportivas, o lo más triste pequeñas figuras
emergentes en un mundo mediático donde prima la teatralidad de vender nuestras
vidas sin ninguna cortapisa moral o sin sentido de lo íntimo (léase “reality’s shows”).
Es evidente que los valores trascendentes o tradicionales tienen un encaje difícil en
este modelo de sociedad líquida por lo tanto establecer un sentido ético para regir una
sociedad tan cambiante, tan mutable resulta complejo. Ya que como dice E. Busquets
si entendemos la ética como el compromiso que toda persona tiene de formarse un
buen carácter, una buena personalidad moral en base a la razón y por repetición de
actos que devienen hábitos, ante tal sentido de provisionalidad, de mutabilidad de
renovación perpetua no es fácil fijar pautas éticas que representen o sirvan para este
modelo de sociedad. (JRCI)
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