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miércoles, 19 de septiembre de 2018

La arquitectura en Akira

 13/09/2018
La arquitectura en Akira
La tridimensionalidad que se le supone a un edificio o a un decorado cómo espacio arquitectónico, pierde ciertas propiedades en un filme de animación, pues lo que vemos en pantalla alude en todo momento a una recreación bidimensional.
En Akira (1988), no existe una realidad que haya sido filmada o modificada digitalmente para ubicar la acción del filme. Neo-Tokio nace ex novo de la mano de Katsuhiro Otomo como un entorno futurista, inspirado principalmente en la ciudad de Los Angeles de Blade Runner (1982) y en el brutalismo como estilo arquitectónico, visible también en otros trabajos del mangaka japonés, cómo Pesadillas (1981).
El entorno en Akira se ve constantemente alterado en el transcurso del filme. En la primera escena, donde nos presentan la ciudad de Tokio , lugar donde aparentemente van a transcurrir los acontecimientos, vemos como la urbe es destruida por una explosión de grandes dimensiones . A partir de ese momento el espacio urbanístico se verá forzosamente modificado, dando como resultado un entorno ecléctico de influencias orientales y occidentales, cubiertas de neones y oscuridad. Una nueva ciudad que los protagonistas, subidos en sus motos, recorren ajenos completamente a lo que dicha metrópolis puede ofrecerles.
Kaneda y sus amigos se ven desubicados dentro de ese nuevo modelo urbanístico que es Neo-Tokio. Al principio del filme, durante la pelea con la banda rival, las motos no solamente cumplen una función de identidad con los personajes, si no que además les permiten desplazarse por la ciudad hasta dirigirse a la zona vieja; a las ruinas de la capital japonesa.
La antigua ciudad de Tokio, devastada por la explosión inicial, parece ser el único lugar donde los protagonistas encuentran un espacio donde sentirse identificados. Los escombros de la urbe parecen ser el reflejo de sus miserias. Su lucha les dirige hacia las ruinas; hacia ese pasado del que parece no quieren desprenderse. Neo-Tokio les parece fría e impersonal, cubierta por el manto de la globalización, capaz de diluir la singularidad de las grandes ciudades del mundo, llegando incluso a excluir a sus propios ciudadanos.
Tokio pierde su identidad en pro de un eclecticismo notablemente parecido a Las Vegas. Kaneda y los suyos parecen huir del presente y la modernidad para rencontrarse con la Tokio del pasado, destrozada y abandonada; olvidada por los nuevos tiempos, como la sociedad hizo con ellos.
Las luces y los colores vivos y eléctricos de Neo-Tokio, contrastan con la otra cara de la ciudad. Con esa ruda arquitectura de hormigón, de forma simple, racional y compacta que se expande con complejo de colosalismo desmesurado.
La postmodernidad no sólo se planteaba el fin de las metanarrativas, como oposición a la modernidad, sino que también replanteaba los modelos arquitectónicos, dando como resultado un eclecticismo fruto de la deconstrucción de los modelos propios de la modernidad.
En Akira, el eclecticismo de la postmodernidad convive con el brutalismo arquitectónico, dando forma a una ciudad decadente y abandonada; oscura y parcialmente iluminada por el artificio de los neones y las luces de los grandes rascacielos que configuran un downtown abarrotado de enormes edificios.
El carácter distópico que adquiere el filme de Katsuhiro Otomo, es fruto de la resolución de una hipotética Tercera Guerra Mundial, donde el poder devastador de Akira arrasa la ciudad de Tokio. El renacer de Japón pasa por exponerse al mundo como un lugar de turismo y ocio banal, mientras intenta hacer frente a los estragos de la posguerra: desempleo, corrupción, parcial desmilitarización del país e intento frustrado de golpe de Estado, instauración de los modelos neoliberales de producción y gestión de las administraciones y un largo etcétera al que ya se vio obligado a ceder el Japón de la segunda mitad de los años cuarenta en su rendición durante la Segunda Guerra Mundial.
La reconversión de Japón que vemos en el filme parece obtener su recompensa de cara a la opinión internacional. En Akira vemos como Neo-Tokio se dispone a ser sede olímpica, a pesar de los altibajos de su economía.
El estadio olímpico, a medio construir un año antes de los juegos, sirve de tapadera para albergar bajo sus cimientos, los restos de ese experimento sin control que es Akira. El estadio olímpico, lugar de encuentro entre naciones bajo un clima de paz, no sólo está sin terminar si no que se cae a pedazos. Se encuentra abandonado por el gobierno, al que le preocupa más encerrar el poder devastador de esa arma nuclear que erigir un lugar de concordia entre los pueblos. El estadio olímpico parece un reflejo de Neo-Tokio y de ese Japón distópico en el que nos sumerge Otomo; un estadio a medio realizar, casi como la imagen que Japón ofrece de sí misma al mundo. Un Japón destruido e inacabado, cubierto por una fachada que proyecta aquello que se espera del país, siendo su nueva capital, Neo-Tokio, el reflejo más palpable de esta nueva realidad distorsionada.
Neo-Tokio se ve forzada a adoptar los modelos occidentales. La ciudad intenta resistir a los nuevos tiempos erigiéndose desde una simbiosis que combina grandes rascacielos de hierro y cristal, coronados en sus azoteas con recreaciones de jardines propios del Japón feudal.
La arquitectura en Akira no se relaciona únicamente con la atmósfera del filme, sino que también configura espacios acorde a los personajes y a su devenir en el relato. Cuando Tetsuo todavía no es capaz de controlar su poder, incluso ni de llegar a comprender que le sucede, es arrastrado a un mundo onírico configurado por Masaru, Kiyoko y Takashi. Estos atormentan a Tetsuo con el fin de evitar que su poder se desarrolle, induciéndole una serie de alucinaciones: vemos como Tetsuo se hunde en el suelo que de repente adopta las propiedades de la leche, las paredes se derrumban como si fueran piezas gigantes de Lego…
Posteriormente, cuando Tetsuo decide vengarse de los tres niños, la acción nos sitúa en un entorno de fantasía sumamente irreal, más cercano a Walt Disney o Lewis Carrol que a la estética urbana y cyberpunk del filme. Un espacio de fantasía acorde a la propia naturaleza infantil de Masaru, Kiyoko y Takashi, cubierto por una cúpula que mantiene una relación formal con la explosión atómica del principio.
La arquitectura en Akira se reserva también momentos de misterio. La gran esfera donde se encuentra resguardado Akira, parece estar más que justificada después de ver la explosión inicial que daba obertura al filme.
A lo largo del relato se habla de Akira como de un personaje más. Como un ser de forma antropomórfica al que no vemos hasta llegar al desenlace. Tanto en el manga como en el anime, la esfera de hierro y cables donde permanece criogenizado Akira nos remarca lo peligrosa que puede llegar a ser la ciencia. Otomo apunta nuestro interés hacia ese misterio que vemos al inicio del filme y que posteriormente se agranda al contemplar la gran estructura que mantiene a Akira bajo control.
Otomo trata el tema armamentístico desde un punto de vista moral. Esa esfera metálica, de dimensiones colosales, posee un efecto impactante acorde con lo que quiere transmitir el autor, dando a entender que tipo de arma es Akira. A su vez el estilo y la técnica de Otomo consiguen dotar de gran expresividad gráfica ese momento que tanto en el manga como en el anime se nos presenta en un gran plano general, remarcando la majestuosidad de la estructura. (SÁNCHEZ CABRERA, 2015)
Debemos destacar también el papel de Toshiharu Mizutani, director artístico del filme, por la innovación que supuso Akira en el uso del color, especialmente en las escenas nocturnas, donde no sólo se usaron los habituales tonos negros y azulados, sino que se optó también por tonos cálidos para recrear la ciudad, agravando la expresividad de un anime que fue pintado a mano.
Así pues, los edificios adquieren una importancia incluso mayor que en el cómic, pues originalmente Akira se publicó en blanco y negro. La gama cromática del anime destaca especialmente en las escenas nocturnas o en las que sitúan la acción bajo tierra, acercándose sustancialmente a la estética de Blade Runner.
El uso del claroscuro en el filme asume un dinamismo que se ve parcialmente anulado en la imagen fija que configura el cómic. Si tomamos como ejemplo el momento en que Kei, Ryu y los demás miembros de la resistencia repasan el plan para infiltrarse en las instalaciones militares del gobierno y liberar a los experimentos, podemos observar ciertas reminiscencias al cine negro. La habitación, a modo de piso franco está mal iluminada por un flexo, el humo invade el ambiente y las luces del exterior, de los vehículos y los grandes edificios, se cuelan de forma tímida e intermitente dentro del habitáculo a través de unos listones de madera clavados a las ventanas.
La iluminación juega un papel determinante en la expresividad que adquiere la arquitectura en el filme. Tanto los espacios como los elementos que encontramos en ellos están repletos de detalles que aportan textura y verosimilitud al entorno; lejos de los colores planos que posteriormente se acabaron imponiendo en el anime, especialmente en los seriales, como medida de abaratar el coste de producción.
La dejadez y decadencia de Neo-Tokio queda remarcada también en los pequeños detalles que configuran el entorno: latas y colillas en el suelo, edificios agrietados, pintadas en las paredes, carteles medio rotos o pegados con cinta adhesiva,… Una serie de detalles cuidadosamente seleccionados que conviven con el colosalismo de los rascacielos, estadios, laboratorios, puentes y centros comerciales para aportar al espacio urbano de Akira una expresividad capaz de revolucionar el anime.

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