A Chet Baker
Nada nos hace más sublimes que la música nocturna, aquella que recrea ambiguos sentimientos de derrota y fracaso. Soledad en los gestos, en el mirar ajeno, en el escuchar de sonidos amargos y secos de un piano y de una trompeta de jazz. Leves susurros de una trompeta elegíaca y de un sensual piano uniendo su sonido, entremezclando acordes. Un diálogo meditado sobre el transcurrir anónimo en una gran ciudad. (JRCI)
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